martes, 27 de agosto de 2013

En acústico

Emociones. Eso es principalmente lo que quieren arrancarte las melodías, los acordes, la letra de una canción... No es que sea lo único, ya que muchos ven tras sus partituras un espejo donde encontrarse, un lugar en el que refugiarse y hasta una vía para cumplir un sueño. Todos sabemos que las posibilidades de disfrutar de la música se han multiplicado (y han sufrido una evolución considerable): desde los casettes que había que rebobinar con un boli bic hasta una pantalla en la que puedes leer la letra de la canción a la vez que la escuchas (impensable en otros tiempos). Pero esta es la era que nos ha tocado vivir a nosotros y estoy seguro de que vamos a encontrarnos con chismes con los que hoy ni nos atrevemos a soñar. 


Lo que me ha llevado a escribir esto es un género musical, que no sé lo bien o mal considerado que está entre los entendidos en el tema, pero que a mí me ha fascinado. Estoy hablando de los acústicos. Las versiones de estudio, incluso hay artistas con directos más que aceptables. Sin embargo, ¿quién se atreve a plantarse detrás de un pie de micro, apoyado sólo por un piano o una guitarra y su voz? Entre tanto autotunes, bases creadas por ordenador y arreglos por doquier, no es algo que abunde mucho. Y una buena canción en acústico puede ponerte el vello de punta y removerte por dentro.

Todo lo comparo con la vida misma. Llevar tu camino ordenado por la versión de estudio, sabiendo cuando te toca entrar y salir de la estrofa, cuando hay que hacer un bis o repetir el estribillo que tanto has ensayado. Pero, ¿y para cuándo esos momentos acústicos entre tú y yo? ¿Cuándo vienes a susurrarme al oído y perdernos entre nuestras notas? Acústicamente, por supuesto. 

sábado, 17 de agosto de 2013

Abuelos

Muchas veces encontramos en la familia la alternativa a los planes a los que estamos acostumbrados. Y para ser justos, no solo la alternativa, sino en ocasiones también la primera elección. Sin entrar a valorar los lazos familiares ni los problemas/beneficios de la convivencia, me voy a sumergir un poco en las relaciones intergeneracionales: toca pasar tiempo con los abuelos. 

Ellos nos cuidan al nacer, se preocupan de mimarnos, de darnos esa galleta que nuestras madres no nos dejan comer y de cumplir con todos nuestros deseos. Desde aquí creo que es una especie de mecanismo de sobrecompensación. Todo lo estrictos que fueron con nuestros padres, lo liberan en forma de cariño con la siguiente generación. Y a mí, que soy el beneficiario en estos casos, me encanta. Qué le deparará el futuro a mis hijos y nietos (si es que los tengo) sobre la forma de comportarme con ellos es todo un misterio, pero muchas flechas apuntan a que la historia podría volver a repetirse. Agradecido. Esa puede ser la mejor descripción. 

Y como soy una persona a la que le gusta demostrarlo, soy yo quien les propone los planes. Acompañarlos al médico cuando tienen cita, pasar tiempo con ellos en la playa o llevarlos a almorzar a algún sitio que les guste son buenas sugerencias. La más reciente tuvo lugar ayer mismo, pues era la romería de San Roque en Garachico y para ellos acudir es toda una tradición, pues no hay año que se la pierdan. Tocó madrugar y recorrer bastantes kilómetros en coche, pero por ver su alegría y cómo disfrutaban, mereció la pena. Además, que yo tampoco lo pasé nada mal y volví a casa con las cañitas con cintas típicas de la romería, que mi abuelo me consiguió tras hablar con medio pueblo, ya que cuando llegamos, las habían repartido todas. Si es que, ni aún cuando me toca a mí cuidar de ellos pueden dejar de estar pendientes de mí. Gracias. 

jueves, 15 de agosto de 2013

Desde Madrid hasta el Sur


Cual cuaderno de Bitácora, toca plasmar las experiencias para que no caigan en el olvido. Tras los últimos exámenes y habiendo descansado lo suficiente, llegó por sorpresa la hora de poner pies en polvorosa y empezar a rodar por el mundo. Primera parada: Madrid. En un fugaz viaje que se organizó en el último momento, acabé en la capital con motivo de la celebración de la orla de un pariente. Lo mejor de todo es que él no me esperaba aparecer por las puertas de la Complutense, con mi americana puesta y mi pelo arreglado. Debe ser cosa más personal de cada uno, pero arrancarle una sonrisa a una persona es una de las experiencias más gratificantes que existen, así que se las recomiendo. A parte de un acto muy emotivo y un discurso de un padrino que no dejé de aplaudir, había que aprovechar las tardes madrileñas en familia. Y eso fue lo que hice, tras refrescarnos y dar paseos, un par de días después ya había vuelto a casa. 



Sin embargo, no me dio tiempo más que de sacar ropa de la maleta y volver a meter otra, aunque esta vez más corta e informal. Segunda parada: Las Américas (es una zona del sur de mi querida isla, no vayan a pensar que crucé el gran charco... o al menos aún no). Allí tenía a más parientes que esperaban me llegada, sobre todo el pequeño que estaba algo aburrido ya. Cuatro días en una hamaca, con chapuzones intermitentes y frecuentes son una buena forma de pasar parte de las vacaciones, ¿no creen? Uno de los mejores recuerdos que tengo es mi superación personal: el karaoke. Resulta que cada noche había una hora de esta actividad en una sala del hotel, y era una de mis asignaturas pendientes. Pues, haciendo acopio de una insólita valentía, garabateé un título, esperé mi turno y mi nombre salió en la pantalla. Medio tembloroso agarré el micro y empezó la canción hasta su fin. Aplausos y felicitaciones surcaron la sala al final. Lo había conseguido. Tal fue mi entusiasmo que me hice un asiduo y acabé cantando todas las noches (aunque eso de "cantando" deberíamos ponerlo con muchas comillas). Logro desbloqueado, triunfo personal y grandes momentos familiares, una experiencia que, sin duda, merece la pena probar. 

lunes, 12 de agosto de 2013

Dicotomías mentales

Los meses estivales son para no dar un palo al agua, para relajarse o para no parar la pata, siempre y cuando no tengas los exámenes de septiembre a la vuelta de la esquina (mucho ánimo para todos los que están en ese caso). Te surgen mil y un planes, cuarenta proyectos y cientos de ideas, pero no llegan todas a buen puerto, más que nada porque no hay tanto tiempo en tres meses. Compromisos familiares y sociales cubren la totalidad del tiempo libre. 

No es de extrañar que muchas personas se vean en una encrucijada constante, pues no saben manejarse. De todos modos yo creo que está bien perderse un poco, soltar un poco las riendas, tirar el ancla de vuelta al mar y pararse un momento. Respirar. Ese momento de confusión y paz mental, tan contrapuestos y tan necesarios. Organizarse está bien, pero a veces cierto grado de "desorganización" es bien recibido. A fin de cuentas para eso están las vacaciones, para liberar tensiones, hacer planes para que nunca lleguen y dejarte llevar por lo que aparezca.

Un servidor es partidario de no olvidarse de uno mismo y si no pueden cumplir con expectativas de los demás, al menos intenten cumplir las propias. Y como no hay nada mejor que aplicarse el cuento, voy a encargarme también de lo mío.