martes, 27 de agosto de 2013

En acústico

Emociones. Eso es principalmente lo que quieren arrancarte las melodías, los acordes, la letra de una canción... No es que sea lo único, ya que muchos ven tras sus partituras un espejo donde encontrarse, un lugar en el que refugiarse y hasta una vía para cumplir un sueño. Todos sabemos que las posibilidades de disfrutar de la música se han multiplicado (y han sufrido una evolución considerable): desde los casettes que había que rebobinar con un boli bic hasta una pantalla en la que puedes leer la letra de la canción a la vez que la escuchas (impensable en otros tiempos). Pero esta es la era que nos ha tocado vivir a nosotros y estoy seguro de que vamos a encontrarnos con chismes con los que hoy ni nos atrevemos a soñar. 


Lo que me ha llevado a escribir esto es un género musical, que no sé lo bien o mal considerado que está entre los entendidos en el tema, pero que a mí me ha fascinado. Estoy hablando de los acústicos. Las versiones de estudio, incluso hay artistas con directos más que aceptables. Sin embargo, ¿quién se atreve a plantarse detrás de un pie de micro, apoyado sólo por un piano o una guitarra y su voz? Entre tanto autotunes, bases creadas por ordenador y arreglos por doquier, no es algo que abunde mucho. Y una buena canción en acústico puede ponerte el vello de punta y removerte por dentro.

Todo lo comparo con la vida misma. Llevar tu camino ordenado por la versión de estudio, sabiendo cuando te toca entrar y salir de la estrofa, cuando hay que hacer un bis o repetir el estribillo que tanto has ensayado. Pero, ¿y para cuándo esos momentos acústicos entre tú y yo? ¿Cuándo vienes a susurrarme al oído y perdernos entre nuestras notas? Acústicamente, por supuesto. 

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