sábado, 13 de octubre de 2012

Tardes en el parque


Ya había comentado que escribir en otros lugares siempre viene bien para darle un poco de juego a la realidad (y a la fantasía también, que nunca está de más) Hoy me he venido a escribir la entrada a un espacio cubierto de verdor, hojas secas y bambú (muchos ya lo reconocerán, al resto les doy libre albedrío a su imaginación)

Un parque es el lugar ideal para todas las edades, el rango que puedes variar no tiene parangón. Empecemos por los niños, con su inocencia y sus manos cubiertas de tierra (eso es bueno, futuras y aprensivas madres/padres, dejadlos que vayan desarrollando su propia inmunidad) Corretean de un lugar para otro, despreocupados, con el único pensamiento de si volverán mañana o no, lo que sea necesario para recuperar la sonrisa de su rostro. En este grupo nunca está de sobra incluir a sus custodios, sean padres, abuelas, primos o hermanas responsables, con un ojo sobre ellos y el otro también. Extremar las precauciones nunca está  de más, y menos con estos “gigantes menudos”.

También tenemos a los adolescentes, en esa fase de exploración personal, de buscar su identidad, de “me visto como quiera y me da igual como me mire el resto del mundo” que todos hemos pasado (sean con conductas referidas al vestuario, actitud o cualquier otro tema) Sí, asúmelo, tú también eras así y pasaste por ella, no te pongas de remilgoso ahora que nos conocemos… Cómo es lógico en un parque, mire donde mire voy a ver parejas, de todos los tipos, edades y colores, pero eso ya lo dejo para otra entrada, que si no esta se me hace muy extensa.

Otro grupo es el de los adultos y las conductas que se observan en ellos son más simples, o menos interesantes, dicho de otro modo. Muchos vienen solos, en mallas y tenis, de lo más deportivos para aprovechar el aporte de oxígeno extra de los árboles en su ejercicio diario/semanal/anual (vaya usted a saber…) Otros vienen en grupos, arreglados como para ir a una boda, con el único fin de sentarse a tomar un café o lo que surja y ponerse al día de sus novedades. Pero mis favoritos son los paseadores de perros. Pillan cualquier ropa tirada por casa, correa y bolsita en mano y salen a la aventura. Siempre en buena compañía, nunca solos, con expresión de estar resolviendo el mundo perdidos en sus cavilaciones o pendientes del boletín informativo de la radio.


Y por último están esos especímenes, que puedes ubicar casi en cualquier grupo de los anteriores. Esos que ves deambular solos, muy probablemente enchufados a unos cascos y un reproductor de música, y que son parte de un cajón de sastre mucho más amplio. Desde abuelos que pasean por hacer de su tarde algo más entretenida, mujeres que esperan y desesperan no se sabe muy bien a qué y jóvenes que se sientan en un banco con un mini-portátil en el regazo esperando que se les ocurra alguna buena idea sobre la que escribir una tarde de sábado.


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