Ya había comentado que escribir en otros lugares siempre
viene bien para darle un poco de juego a la realidad (y a la fantasía también,
que nunca está de más) Hoy me he venido a escribir la entrada a un espacio
cubierto de verdor, hojas secas y bambú (muchos ya lo reconocerán, al resto les
doy libre albedrío a su imaginación)
Un parque es el lugar ideal para todas las edades, el rango
que puedes variar no tiene parangón. Empecemos por los niños, con su inocencia
y sus manos cubiertas de tierra (eso es bueno, futuras y aprensivas
madres/padres, dejadlos que vayan desarrollando su propia inmunidad) Corretean
de un lugar para otro, despreocupados, con el único pensamiento de si volverán
mañana o no, lo que sea necesario para recuperar la sonrisa de su rostro. En
este grupo nunca está de sobra incluir a sus custodios, sean padres, abuelas,
primos o hermanas responsables, con un ojo sobre ellos y el otro también.
Extremar las precauciones nunca está de
más, y menos con estos “gigantes menudos”.
También tenemos a los adolescentes, en esa fase de
exploración personal, de buscar su identidad, de “me visto como quiera y me da
igual como me mire el resto del mundo” que todos hemos pasado (sean con
conductas referidas al vestuario, actitud o cualquier otro tema) Sí, asúmelo,
tú también eras así y pasaste por ella, no te pongas de remilgoso ahora que nos
conocemos… Cómo es lógico en un parque, mire donde mire voy a ver parejas, de
todos los tipos, edades y colores, pero eso ya lo dejo para otra entrada, que
si no esta se me hace muy extensa.
Otro grupo es el de los adultos y las conductas que se
observan en ellos son más simples, o menos interesantes, dicho de otro modo.
Muchos vienen solos, en mallas y tenis, de lo más deportivos para aprovechar el
aporte de oxígeno extra de los árboles en su ejercicio diario/semanal/anual
(vaya usted a saber…) Otros vienen en grupos, arreglados como para ir a una
boda, con el único fin de sentarse a tomar un café o lo que surja y ponerse al
día de sus novedades. Pero mis favoritos son los paseadores de perros. Pillan
cualquier ropa tirada por casa, correa y bolsita en mano y salen a la aventura.
Siempre en buena compañía, nunca solos, con expresión de estar resolviendo el
mundo perdidos en sus cavilaciones o pendientes del boletín informativo de la
radio.
Y por último están esos especímenes, que puedes ubicar casi
en cualquier grupo de los anteriores. Esos que ves deambular solos, muy
probablemente enchufados a unos cascos y un reproductor de música, y que son
parte de un cajón de sastre mucho más amplio. Desde abuelos que pasean por
hacer de su tarde algo más entretenida, mujeres que esperan y desesperan no se
sabe muy bien a qué y jóvenes que se sientan en un banco con un mini-portátil
en el regazo esperando que se les ocurra alguna buena idea sobre la que
escribir una tarde de sábado.
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